martes, 13 de diciembre de 2011

CUENTOS DE NAVIDAD

El recuerdo de una noche fría junto a mi madre, alrededor del nacimiento del niño Jesús que despedía una fragancia a musgo y a ramas de quenual recién espigadas, velas chisporroteando para alumbrar la densa noche de la sala;  es la imagen más recurrente cuando intento recordar una noche navideña. Era la sala de la tía Lidia Cafferata que armaba  el nacimiento navideño en la tienda de su casa que acogía  a los noctámbulos feligreses que se atrevían  a confrontar el gélido invierno que estrenaba sus primeras lluvias. De rato en rato circulaban “Grog” en pequeñas tazas que ensayaban atenuar el frío y cosquillear los pies para la danza.
Casi a media noche como para mitigar el hambre que asomaba por entre las tripas iban de plato en plato, desollada sin compasión una plumífera carne convertida en un consomé salubre y humeante. Pero ya antes  algún feligrés fervoroso había hecho votos y compromiso de repetir una fiesta similar el mismo día del mismo mes del siguiente año. Y así la historia se repetía de manera cíclica con  imperceptibles modificaciones.  A esa fiesta las llamábamos “Niño Velay” (Velar al Niño) y de ellas las más famosas eran las que se organizaban en la casa de la tia Lidia; en la casa de la señora Luisa Castillo, “Shaiwa” y la casa de la señora Julia Bedon, “Shura”.
Luego conforme uno iba creciendo causaba una emoción inusitada la contingencia de bailar negritos con tu cotón  celeste, mientras don Anticho con su hablar calmado y parsimonia intentaba controlar a una gavilla de pícaros púberes  en su empeño de hacernos grabar  las letras del “Saca Chicha” y los versos con los que los negritos adoraban al Niño Jesús.  Y entonces la navidad se convertía en una experiencia híbrida de misticismo religioso y de iniciación alcohólica. Claro, la visita a los Angelitos era la culminación más suspirada después de un inspirador vaso de chicha de jora rociada  con unas gotas de alcohol.
Entre lluvias y el frío intenso se acercaba las Bajada de Reyes y nuevamente los Angelitos desfilaban rodeados por el demonio disfrazado de rojo encarnado por "Cachi Santos" que tenía licencia para llevarse el frasco de caramelos de la tienda del Tio Estenio y  junto al Auquis (Viejo)  y la “Chacuas” (Vieja) repartia los caramelos entre la algarabia de la chiquillada. Era entonces el sugestivo  colofón de nuestras fiestas navideñas para los que no habiamos recibido el regalo de Papá Noel. Claro que es ese entonces no habían salvajes mozalbetes  disparando proyectiles para agredir irresponsablemente  al pobre Diablo.

1 comentario:

  1. Mañu tu no te acuerdas de cuando correteabamos por entre los surcos de papa conseguir shuructa con el que le disparabamos al diablo, y los niño velay en la casa de tus primas del Rio

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