“—Pero ¿cómo es posible? —exclamó K—, no he
emprendido un viaje larguísimo para ahora ser mandado de vuelta.” De El castillo.- Franz Kafka.
Una mañana, probablemente de un crudo
invierno de abril, mientras me recuperaba de una turca de meditación de Semana
Santa, escucho desde mi cama de célibe unos golpes de llamada en mi puerta.
Como Uds. Saben en Chacas nadie o casi nadie, salvo alguna honrosa excepción
monasterial, cuenta con un timbre para anunciar la búsqueda de alguien en
alguna casa. En algunas ocasiones las casas son tan grandes que quien requiera
la atención del propietario de algún domicilio, como es natural y práctico,
tiene que coger una piedra ligeramente grande de la pedregosa calle y golpear
la puerta para hacerse escuchar en la profundidad de las casas.
Resulta que Shalluco, más conocido
así por su parecido con un añejo profesor del mismo nombre de pila, aunque su
nombre sea Antonio Amez, me requería desde la puerta para un asunto “especial”.
Reconocí desde mi lecho su voz aflautada y de barítono de madrugadas de
serenata. Haciendo de tripas corazón tuve que dejar las sabanas encubridoras
para atender su llamado. Sucede que en su condición de Gerente General Ad
Honorem del Hostal Pilar había tenido la honorable visita de un alto dignatario
de la Fuerza Aérea del Perú. Se trataba del teniente general FAP en retiro
Jorge Kisic. Mientras Shalluco me hacia un preámbulo de presentación veía desde
la puerta de mi casa a través del parabrisas un “fierrazo”, como diría alguno,
a un caballero de nariz respingada con apariencia de extranjero quien
intercambiaba comentarios con otro que fungía de piloto. Luego me presentó al
militar, quien, una vez hecha la presentación, me refirió que su hermano Drago
venía formando un partido político denominado Coordinadora Nacional de
Independientes. Algo había escuchado con relación a Drago Kisic; de su
aparatoso apartamiento del PPC y que era Director de Seguros Manfre Perú. Más
por liberarme de tan inoportuna visita en una mañana de resaca en tratamiento,
dije sí a todo y le proporcioné mis datos mientras soportaba un dolor de cabeza
infernal. Saludos, entre el ex militar desde el vehículo y yo desde el piso, de
por medio terminó pronto la visita.
Muchos
años después cuando la tecnología nos permitió la posibilidad de acercarnos al
lejano estado, aunque esos acercamientos nos produzcan arcadas, a través de una
página web llamada Infogob me enteré que estaba inscrito y además era dirigente
en el partido Todos por el Perú que mutatis mutandis había mutado desde la
rimbombante denominación de Coordinadora Nacional de Independientes a Todos por
el Perú. Entonces recordé de aquella mañana en que me despertó Shalluco para
presentarme al teniente general Kisic. ¿Pero, este no es el partido que se
había aliado con Castañeda Lossio y luego pretendía catapultar a Julio Guzmán a
la presidencia de la república? Claro, el mismo y en el que Gonzalo Aguirre el
yerno de Belmont aquel multimillonario dueño de Yanbal y Unique, era socio
fundador junto a Drago Kisic. Pardiez ¿qué coño (como diría mi compadre de
quien no quiero decir su nombre para no delatar su nacionalidad española) hacía
yo, un pobre preceptor, de partidario junto con multimillonarios políticos?. Y
más aún cuando juntito a mi pecho latía ya buen tiempo la dulce e inspiradora
silueta de Vero Mendoza. “Ah noooo, esta vez que voy de vacaciones a la capital
renuncio irrevocablemente al bendito Todos por el Perú”, diciendo me encomendé
al señor.
Una vez en la capital luego de ubicar
en el plano el lugar del local partidario de “Todos por el Perú”, preparé mi
carta de renuncia, lo leí una y varias veces y enrumbé una madrugada de
noviembre con fiambre incluido, pues el viaje era largo, desde San Diego de
Alcalá hasta San Isidro, dos horas y media de camino entre un santo y otro,
casi como viajar de Chacas a Huaraz; aunque eso del fiambre era una precaución
inútil porque los venezolanos te llevan el mini Marquet al bus. ¡Como ha
progresado Lima!. Así que llego a la
primera pascana, cruce de Javier Prado con Salaverry, y me dispongo a encontrar
la calle que me sabía a fruta, “Las Moreras”. Pero no, es un árbol cuyas hojas
sirven de alimento a los gusanos de seda. Mientras buscaba el número de la casa
fui abordado por un vigilante con cara de buen samaritano quien me interroga “¿Qué
número está buscando?”; “283 de Moreras local de Todos por el Perú”, respondo.
El vigilante me da una mirada de compasión y dice: “Uuuuuu eso ya no existe;
como cinco años, ya no funciona.” Otra vez me acordé de Shalluco. “¿Y ahora?”.
Busco en mi teléfono el número que consignan como teléfono del local, marco el
número ¡y milagro! me responde una voz amable y frente a mi requerimiento me
dice: “Este ya no es el teléfono de Todos por el Perú; pero, le voy a dar un
número para que se comunique”. Inmediatamente marco el número y me contesta una
señora, probablemente muy encopetada ella; y con un tono autoritario me indica
que debo escanear mi carta de renuncia y remitírselo a un correo que me dicta.
No me da tiempo de reclamar de cómo es que el partido al que he pertenecido y
que podría haber ganado las elecciones con Julio Guzmán a la cabeza no tiene ni
siquiera un local partidario en la capital del país. “¡Ah! me dice: dirija la
carta a la Sra. Rosario Bustamante French”. Anoto el correo y presuroso envío
un mensaje con un texto trivial solo para no olvidarme. A la hora recibo un
correo indicándome el procedimiento de presentación de la carta de renuncia que
debo presentar en la Calle Ameghino, Urb. Calera de la Merced, Surquillo.
Pacientemente trato de disfrutar el viaje de retorno, me como una “bomba”
venezolana de esas que ofrece un veneco
en el bus, que me cae bomba.
Apenas me apeo del bus voy hilvanando
las ideas de mi carta de renuncia. Llego a mi casa, redacto la carta, imprimo y
tengo que esperar hasta el viernes porque la Sra. secretaria no sé de qué solo
atiende los lunes, miércoles y viernes de 9 a 12 del día y hoy día es
miércoles. El viernes nuevamente de viaje, a Surquillo, espero sean no más de
tres horas de las que he calculado. Con la ayuda de Google Maps casi tengo
segura la ruta y en efecto llego en el tiempo previsto, tres horas. La calle se
llama Ameghino supongo en memoria del paleontólogo argentino que pensaba que el
hombre americano había evolucionado independientemente de las otras especies de
homínidos. Con el dedo índice rígido estoy a punto de presionar el timbre y
desde dentro de la reja me interpela el vigilante: “¿A quién busca señor?”; y
yo: “A la Sra. Rosario Bustamante French vengo a presentar una carta de
renuncia al partido Todos por el Perú”; entre sorprendido y solícito me ofrece
comunicarse con la doña para que me pueda atender. Se comunica a través de un
celular y le informa mi presencia en la puerta. Luego de un rato me informa que
está en la ducha y que tan pronto termine de ducharse bajará para atenderme; es
un edificio moderno al que acceden a cada departamento a través de un ascensor
exclusivo, según me cuenta el vigilante.
El vigilante trata de ocuparse de mi impaciencia hablándome del tiempo
raro que se ha alojado en estos días en Lima. Después de media a hora a
instancias mías el vigilante nuevamente llama a la doña momento en el que le
indica le suba el documento. En los últimos minutos de mi militancia en ese
extraño partido tengo que esperar parado en la puerta que la secretaria haya
terminado su baño y por fin selle el cargo de entrega de la carta y poder
presentarlo en la ROP (Registro de Organizaciones Políticas) en la Av. Nicolás
de Pierola en el centro de Lima. El vigilante luego de una larga espera baja
con el cargo, me despido y pongo a buen recaudo el documento, cual título de mi
libertad. No vaya ser que me roben o se extravíe después de tanto sacrificio.
Luego paso por el ROP y presento otra
solicitud adjuntando el documento anterior, luego de soportar la amena
conversación telefónica que ha sostenido la señorita que atiende. Salgo de las
oficinas del ROP como si me hubiera liberado de un lastre y camino nostálgico
por la calle Quilca, calle del que un tiempo era asiduo visitante en busca de
libros de segunda mano. Paso por la calle Rufino Torrico y veo lo que un día
fue el Cine Club Santa Elisa en donde una noche mientras veíamos la película
“Moscú no cree en lágrimas” le robe un dulce beso a la esquiva e irreverente
Zoraida. Y luego resulto nuevamente en la Av. Nicolás de Pierola y recuerdo
aquella noche en la discoteca Mokambo que por cuatro botellas de Champagne que
me bebí con las anfitrionas (putas)*; por negarse a pagar los Champagnes que me
bebi, cuatro fornidos negros despojaron de su sueldo al primo Pepe.
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