martes, 20 de noviembre de 2018

DESEMPOLVANDO UN PROLOGO


(Comparto este texto que fue escrito en el año 2011)

Tomando una idea del doctor León Trathember puedo afirmar que la sociedad peruana suele hacer el reconocimiento de sus actores casi con el epitafio. Cuando el profesor Godofredo Montoya me comunicó su deseo que yo, un ex alumno suyo, prologara este libro  testimonia entendí que llegaba a mis manos la impostergable posibilidad de reconocer y destacar la impronta de su acción en nuestra comunidad; que sin lugar a dudas,  luego de las sumas y las restas es largamente positiva, y mezquinamente olvidada por muchos.
                 Recuerdo cuando niño que descolgándose de los altos pinos de nuestra Plaza de Armas irrumpía en nuestros hogares el telúrico ritmo de la música andina y los poemas cadenciosos de nuestros vates peruanos a través de las ondas sonoras de Radio Atusparia que transmitían los profesores y alumnos del Colegio Nacional Mixto “Amauta Atusparia”. En esa época escuche, tal vez por primera vez, el nombre del profesor Luis Godofredo Montoya Gonzales; y desde esa época de manera superviviente  ha estado su nombre y su figura presente, en el quehacer cotidiano de los chacasinos de mi generación, y sin duda de otras, como espíritu omnipresente, además, de su compromiso social; y posición crítica de la dinámica social y política.
                El libro que el profesor Montoya nos propone configura precisamente la historia de su vida y labor en este pedazo de tierra (Chacas) que es nuestra heredad territorial, cultural  y quien sabe filosófica.  Porque de hecho toda acción humana responde a una forma de pensamiento, de entender el mundo y la vida; y obviamente cada pueblo construye su devenir bajo esa premisa. Y al ser este  un libro testimonial, más aun, nos trasmite de manera implícita el pensamiento que esta  forjado a partir de los principios, practicas de valor, creencias; en suma la  ideología del autor.
                Chacas un pueblo casi lejano y desconocido para el estado nacional, cuando la llegada del profesor Montoya, era un pueblo apacible donde discurrían los días sin mayores contratiempos. Las familias, casi todas emparentadas, tenían como actividad económica principal  la agricultura, ganadería y el comercio, configurando aparentemente un ambiente bucólico y pastoril. Sin embargo existían aun los rezagos de una estructura socioeconómica medieval. Es en esa circunstancia histórica que se crea el Colegio Nacional “Amauta Atusparia” que da lugar a la llegada de una pléyade de profesores progresistas y generadores de un pensamiento crítico de nuestra realidad.   Es entonces que el colegio se convirtió en el motor de una nueva manera de entender el mundo y la realidad a partir de una dinámica de involucramiento en el desarrollo colectivo y la conquista de los servicios básicos para nuestra localidad. Recuerdo perfectamente  en esa coyuntura histórica la participación activa y entusiasta de los profesores y alumnos del flamante Colegio “Amauta Atusparia”,  liderados por el profesor Montoya. No hay obra o iniciativa de ese tiempo que no tenga la huella indeleble de la comunidad atusparina.
                Es un hecho insoslayable que el autor de este libro testimonial tuvo, y pienso que aun tiene, un papel gravitante en la vida y obra de Colegio. Siendo director del mismo puedo dar testimonio y fe de que muchas de las practicas e instituciones dentro del colegio tienen como referente permanente la práctica de trabajo colectivo impulsada por el  profesor Montoya. Dicen que que los profesores casi inconscientemente somos una prolongación de las prácticas y creencias  de nuestros profesores, y de hecho creo que en muchos de nosotros ha quedado como herencia del profesor una virtud tan venida a menos como la puntualidad y que precisamente  escasea en la mayoría de los peruanos.
                Creo que una sociedad libre privilegia el pensamiento divergente, porque lo contrario nos empujaría a una sociedad totalitaria. Dentro de esa orientación, el autor del presente libro nos da cuenta de su ejercicio sindical, entendida como la defensa de los más elementales derechos del profesorado, en el comprendido además, que el sindicato es una amalgama de diversas fuerzas ideológicas y políticas, que direccionan sus acciones hacia el logro de objetivos principistas de reivindicación social, económica, cultural y quien sabe política.  Y uno de los pocos profesores que han demostrado en la práctica, en la vida y el trabajo esa dimensión holística del sindicato, que contrariamente para muchos instrumentos de defensa de la mediocridad y de la ineficiencia. Percibo la práctica sindical del profesor como educadora y de desarrollo de la conciencia cívica a favor de la dignificación del maestro en todas las dimensiones que esto implica.
                Los amigos son un complemento vital para el desarrollo de una convivencia solidaria y comprometida con nuestros ideales,  valores y aspiraciones. Dentro de esta faceta Chacas siempre se ha caracterizado por ser un pueblo hospitalario, acogedor y amiguero. De modo tal que el autor del presente libro hace un inventario testimonial de sus amigos. Solo que marca una línea divisoria entre sus amigos que partieron a la eternidad y los que aun comparten con nosotros la luz de la vida. De hecho este testimonio de los amigos es una expresión gráfica de los buenos ciudadanos y ciudadanas, con aspiraciones de progreso y comprometidos con las aspiraciones de su pueblo, que siempre hemos sido los chacasinos. Hay una metáfora que de alguna forma grafican esa vocación chacasina de amiguero; es el “Café Chacasino”. Circunstancia que convoca a los amigos que con el argumento de tomar sol para discutir, debatir y como no para chancear. 
                Recuerdo con mucho aprecio a don Enrique Amez que sentado en la silla reclinada a la pared de su tienda y con el bastón en la mano conversando con sus habituales contertulios de temas inimaginables para el común de los mortales, de cuando en cuando regañando a los muchachos transeúntes que no sabían saludar. Es precisamente, en el núcleo de  la familia de don Enrique Amez que ancló sus naves el profesor Montoya  atraído por la belleza de  la nieta de este patriarca de la comunidad chacasina. Me refiero a la señora Gladys, profesora como su esposo, de quien además tengo en grato recuerdo de profesora que tenía mucho afecto para sus alumnos y una  aliada (además de esposa) de nuestro querido profesor Montoya. Sin lugar a dudas la familia donde amarras tus cuerdas deja una estela de experiencias que imprimen en tu vida su estampa imborrable. De modo que la familia Montoya Huertas integrada por los esposos Godo y Gladys, y sus hijos Pavel y Naly son una simbiosis  que sin duda han ayuda  a forjar el temple y afabilidad del autor de este libro.
                Como quien finalizando esta introducción quiero, cual acuarela  de apurados  trazos, compartir la percepción de una injusticia. Había ingresado yo al primer año de secundaria y era nuestro profesor de Historia y Geografía también nuestro asesor. No bien iniciamos las labores escolares ingresamos al Club de Teatro Vanguardia y ensayamos la obra “La Yunta” en la que actuaba también nuestro asesor. Luego nomas se produjo una huelga magisterial y casi inmediatamente nos enteramos que nuestro profesor asesor había sido subrogado (termino eufemístico para disfrazar un despido), obviamente nuestra edad no nos permitió la verdadera  dimisión de esa injusticia, al observar a nuestro querido asesor pasar todas las mañanas por un camino distinto al del colegio para dedicarse a otras tareas. Ahora a lontananza entendemos que se trababa de un descabezamiento del movimiento sindical que reclamaba a la dictadura del General Bermúdez la vuelta a la democracia.  Pues ese el precio que pagaba nuestro profesor asesor, por defender sus ideas y la democracia.
Seria mezquinó  si no termina diciendo que Chacas perdió el privilegio  de tener como alcalde al profesor Montoya, casi como siempre poniendo  de manifiesto ese trastorno  social de no reconocer los éxitos y capacidades ajenas. En fin, tal vez como en todo el Perú, casi todos los buenos hombres tengan el paradójico privilegio de estar lejos de la política. Sin embargo, cada uno de los renglones de este libro son la evidencia de la brega de un hombre que luchó por sus ideas y convicciones que ni el viento, ni la lluvia, ni la canícula del tiempo que amodorra el pensamiento podrán ocultar  ni borrar.   

domingo, 22 de abril de 2018

¿NO QUEREMOS LA CAÑONERA DE LA COVADONGA EN LA PLAZA DE CHACAS?.



"El paisaje es un presente del pasado”. - Joaquín Araújo.

La tarde del 13 de septiembre de 1880 la goleta chilena la Virgen de Covadonga permanecía a 500 metros de la playa de Chancay disparando a mansalva sobre un puente ferroviario en su intento de destruirlo; pero, al no confirmar su avistamiento sus tripulantes optaron por disparar a un yate y a un elegante bote de recreo que navegaban a 300 metros. Una de ellas era un cebo que habían preparado los valientes chancayanos al mando del teniente Decio Oyague Neyra. Después de una lluvia de disparos aún seguía a flote el elegante bote; frente a ese hecho el capitán chileno, comandante de la Covadonga, decidió remolcarlo hasta la popa de la goleta. Pero, mientras se izaba la ligera embarcación esta explosionó a estribor provocando el hundimiento de la Covadonga. Luego, pasados los años los restos de la cañonera de la Covadonga hundida, fueron trasladados y ubicados en la plaza de Chancay para conmemorar la valentía y la astucia de los peruanos que hundieron el barco chileno.
Las plazas mayores o plazas de armas, como concepto urbanístico, fueron introducidas en el Perú por los españoles; estas eran espacios abiertos que permitían el contacto y la comunicación de sus ciudadanos; y cumplían una gran cantidad de otras funciones urbanas. Alrededor de ella estaban ubicadas las edificaciones públicas más importantes; y eventualmente mientras se construía el coso también cumplía la función de plaza de toros.
Chacas, que fue fundada como ciudad “occidental”, según diversas fuentes históricas a inicios de la colonia sobre, probablemente, un asentamiento indígena; tiene una plaza con las características de ese concepto urbanístico español llamado Plaza Mayor, término que es usado presuntuosamente por algunos acá y en todo el Perú de manera indiscriminada.  En todo caso para llamarla así tendrían que haber otras plazas dentro de la ciudad, y que esta esté en el centro de la ciudad y sea la más importante.
He hecho estas dos atingencias para denotar que las plazas cumplen la función básicamente conmemorativa y de conexión entre la gente; de manera horizontal y vertical en el tiempo. Siendo este entonces una  "obligada referencia de identidad" debe nutrirse de elementos concretos con nuestros referentes histórico culturales.   En la plaza de Chacas como en otras plazas hemos podido ver, sobre la base de un concepto hispano elementos del pasado andino o colonial. Por ejemplo, en las paredes del malecón antiguo se podía ver petroglifos representando a las serpientes, elementos religiosos - ornamentales, que alguna vez fueron parte de una edificación andina destruida por algún extirpador de idolatrías, talvez Santo Toribio de Mogrovejo. Incluso actualmente en las paredes del mismo malecón se observan piedras rectangulares que fueron parte de alguna tumba andina saqueada por huaqueadores y que han sido recuperadas para decorar esa construcción. Incluso algún tiempo hubo dos petroglifos antropomorficos en la entrada de lo que fue la Escuela Primaria y posteriormente fueron reubicadas en las paredes interiores de la Parroquia de Chacas. Como vemos las plazas van cambiando y variando en el tiempo en tanto producto de la cosmovisión de los hombres. Me cuenta mi padre que en los años 30 o 40 existía en el medio de la plaza una glorieta que los pobladores llamaban “El Quiosco”, una construcción de madera y techado con calaminas. Esas calaminas sibilinamente llegaron a parar en el techo de la casa del señor Orlando Caamaño hasta hace muy poco.
Por alguna razón, esa glorieta desapareció y en su lugar el alcalde, señor Cornelio Aguirre, mandó construir una pileta de concreto que después fue dinamitada por alguien, hecho por el cual fueron acusados injustamente mi padre y algún otro vecino del quien no digo su nombre para no inoportunarlo. Esa pileta dinamitada estuvo por varios años abandonada, sin agua y sin repararla; hasta que por los años setenta los miembros de la Federación Luterana, quienes donaron al pueblo de Chacas una hidroeléctrica, la reconstruyeron y dejaron como recuerdo una placa en mármol que aún la recuerdo colocada en la pileta. Esa pileta luego fue retirada en la década de los ochenta quedando, la plaza, sin ningún elemento ornamental o conmemorativo en su interior hasta la fecha.
Exactamente no recuerdo en que año finalmente se retiró esa pileta y mucho menos de las razones de esa decisión. Por esos mismos años se talaron los cuatro cipreses, que llamábamos equivocadamente pinos, con el argumento de ampliar las calles. Luego se mejoraron las cuatro calles, se construyeron las calzadas alrededor de la plaza y las esquinas con motivos tradicionales.
La Plaza de Chacas en el imaginario popular ha creado una serie de mitos muchos de los cuales son absolutamente insólitos.
Por ejemplo, se escucha decir que en la plaza de Chacas existe como cultivo natural el ichu, incluso hay una canción que se titula “Chacas plaza ichu ichu”, cuando no hay ningún vestigio de la presencia de esa planta natural. El kikuyo, hierba forrajera africana, que fue introducido en el Perú entre los años 1900 y 1920; dada su agresividad fue rápidamente reemplazando los pastos naturales de la sierra peruana y también llegó a la plaza de Chacas. Hasta que fue también debilitada su presencia por otra hierba importada, el trébol.
Se escucha también decir que la plaza de Chacas se construyó sobre lo que fue una laguna. Ahora que están haciendo las excavaciones en los trabajos de recuperación, se puede observar que no hay ningún rastro de sedimentos lo que sería por lo menos un indicio de las características que muestran las bases de las lagunas secas.
Que la plaza de Chacas siempre fue así y que por lo tanto no hay que tocar su sacrosanta configuración; cuando ha habido durante el tiempo gran cantidad de intervenciones y cambios.
Sin embargo, creo que es positiva la idea consensuada de mantener los rasgos esenciales; como el de mantener una superficie verde que permita mantener usos y costumbres ancestrales y coloniales, porque queramos o no esta plaza es castiza e indígena, tiene de india y de mandinga, y ahí está el kikuyo que es africano y tiene de mandinga.
Finalmente; invocar razones de inmarcesibilidad de un espacio que más bien debe ser vivo y activo, que ponga en valor aquello que tiene el riesgo de perderse en el tiempo y la memoria; para honrar el descuido y el abandono me parece torpe; si es que no esconde detrás mezquindades y temas personales, lo cual nos acercaría más a la miseria que a la razón.
Finalmente, y en conclusión veo, sobre la polémica surgida a partir de la idea de incorporar las piedras del molino de Mushojmarca dentro de los aspectos a considerar en la recuperación de la plaza de Chacas, y la posibilidad de instalar un museo de sitio en Mushojmarca para recuperar las piedras de molino de minerales que datan de 1700 puestas en tapete a partir de esta polémica; siendo ambas buenas ideas por lo menos esta última es inviable en términos presupuestales. Pues si la preocupación es cautelar estas piezas líticas del deterioro estarán mejor preservadas en la plaza de Chacas que en lugar donde ahora se encuentran abandonadas, además de poner de manifiesto de manera simbólica la importancia que tuvo Chacas para la minería desde los tiempos coloniales.

(Artículo cuya beligerancia ha sido morigerada por sugerencias y orientaciones de mi amigo Juan Gensollen Sorados, exeditor de la revista Aura de la UNMSM).