miércoles, 4 de septiembre de 2024

LAS ESCALERAS DE MI PADRE

 

LAS ESCALERAS DE MI PADRE.




“Soy un niño de las flores despreocupado que cae por las escaleras contantemente”.- Ben Hokpkins”

Mi abuelo Prospero Roca Vidal por alguna razón nació en Huánuco, pero vivió y creció en Yurma de donde eran sus padres. Mi abuela Eulalia Saavedra Morales nació y creció en Ochcocolpa - San Luis. Ignoro donde se conocieron, lo único que sé, es que ambos se establecieron en Chacas y produjeron una abundante prole del que mi padre, Guillermo, es parte de ella; cabe decir el único vivo con sus noventa años. Mis abuelos, siendo migrantes, nunca se quejaron que fueran segregados o discriminados en Chacas; por el contrario, pudieron hacer fortuna que incluso les permitió tener una planta hidroeléctrica que suministraba energía eléctrica al pueblo de Chacas.

Es probable que mi padre en su relación con ese emprendimiento de mi abuelo, encontró una pasión por las escaleras, pues era una herramienta fundamental para la tarea de subirse a los postes y las paredes en su afán de tener en condiciones de operatividad los alambres, focos, y demás accesorios eléctricos.

Sería imposible saber dónde y quien inventó la escalera; sin embargo, ya se pueden apreciar escaleras en las pinturas rupestres. Esta herramienta, sin duda, nació de la necesidad de subir y bajar en espacios diferentes facilitando la movilidad del hombre.  En la biblia aparece cuando Jacob huye de la furia de su hermano a quien había robado la primogenitura, es cuando se pone a descansar en la noche lóbrega y solitaria que sueña una escalera que une el cielo con la tierra por donde bajan y suben los ángeles.

Quien diría que este adminículo, siendo tan simple es tan elemental y útil en la vida diaria estaría tan ligada a la vida de mi padre. En el caso de mi casa mi padre fue y sigue siendo un constructor de escaleras de madera por antonomasia. Las construía de todos los tamaños, livianas y simples aprovechando las ingentes cantidades de nuestros los bosques de eucalipto con las que contaba la familia. En realidad, si bien eran útiles en la casa; posiblemente mayor utilidad tenía para los vecinos y personas que golpeaban la puerta de la casa con el objeto de prestarse las benditas escaleras para todo propósito. Había personas que se la requerían a mi padre con la finalidad de reparar un techo, de tramontar una alta tapia por un llavero olvidado, pegar afiches en las paredes en épocas de campaña política, en fin, estaban ahí en la casa a la espera de los eventuales usuarios para todo propósito, incluso para los furtivos amancebados que requerían trasponer una ventana o una tapia en las frías noches y oscuras noches de invierno.

De estás escaleras tengo en la memoria muchos recuerdos de hechos ocurridos con relación a ellas, desde la caída desde la altura de un poste de energía eléctrica de don Israel Ames luego de una descarga eléctrica hasta la caída, junto a la escalera y al arbolito de yunsa, de mi primo Gilberto Conroy mientras adornaba el arbolito con naranjas y tunas en épocas de carnaval. Alguna de estas escaleras también nos sirvió, a mis amigos y yo, para treparnos por el flanco oculto de un camión y sustraer algunas botellas de cerveza de un comerciante descuidado, así, como treparnos a un poste y de manera discreta instalar un tomacorriente para el tocacasete para las noches tertulia en el frontis del municipio.

Sin duda, el recuerdo más memorable es cuando un enamorado en cueros, en un hotel de cuyo nombre no quiero recordarme, trepaba por la escalera más larga y en plena travesía le sorprendió un aguacero de aquellas que aquí llamamos mangada que impidió que el amante alcanzara el filo de la ventana para introducirse en las cálidas sabanas que envolvían a su sueño, su idolatría y su desconsuelo.

Esta pequeña nota no estaría completa, si no contara que, estando estas escaleras a la vera del largo callejón de ingreso a mi casa, para quien no conocía o sabía la presencia de las escaleras era una trampa mortal en la que muchos tropezaban y pues muchos se daban de bruces en el estrecho piso encementado del callejón oscuro de mi casa.

En cada peldaño de las escaleras de mi viejo vi el inicio de un sueño, en el que en la extensión del horizonte se desvanecía en la distancia, y en mi alma se llenaba de esperanza y empeño, para subir cada peldaño de la vida; a veces con perseverancia, a veces con desilusión. A veces encontré un desafío, a veces una oportunidad; pero aquí estamos, ambos, hasta que la muerte nos separe y quién sabe si un día nos vuelva a juntar la escalera de Jacob.