(Comparto este texto que fue escrito en el año 2011)
Tomando una idea
del doctor León Trathember puedo afirmar que la sociedad peruana suele hacer el
reconocimiento de sus actores casi con el epitafio. Cuando el profesor
Godofredo Montoya me comunicó su deseo que yo, un ex alumno suyo, prologara
este libro testimonia entendí que
llegaba a mis manos la impostergable posibilidad de reconocer y destacar la
impronta de su acción en nuestra comunidad; que sin lugar a dudas, luego de las sumas y las restas es largamente
positiva, y mezquinamente olvidada por muchos.
Recuerdo cuando niño que descolgándose de los
altos pinos de nuestra Plaza de Armas irrumpía en nuestros hogares el telúrico
ritmo de la música andina y los poemas cadenciosos de nuestros vates peruanos a
través de las ondas sonoras de Radio Atusparia que transmitían los profesores y
alumnos del Colegio Nacional Mixto “Amauta Atusparia”. En esa época escuche, tal
vez por primera vez, el nombre del profesor Luis Godofredo Montoya Gonzales; y
desde esa época de manera superviviente ha
estado su nombre y su figura presente, en el quehacer cotidiano de los
chacasinos de mi generación, y sin duda de otras, como espíritu omnipresente,
además, de su compromiso social; y posición crítica de la dinámica social y
política.
El libro que el profesor Montoya
nos propone configura precisamente la historia de su vida y labor en este pedazo
de tierra (Chacas) que es nuestra heredad territorial, cultural y quien sabe filosófica. Porque de hecho toda acción humana responde a
una forma de pensamiento, de entender el mundo y la vida; y obviamente cada
pueblo construye su devenir bajo esa premisa. Y al ser este un libro testimonial, más aun, nos trasmite de
manera implícita el pensamiento que esta forjado a partir de los principios, practicas
de valor, creencias; en suma la ideología del autor.
Chacas un pueblo casi lejano y
desconocido para el estado nacional, cuando la llegada del profesor Montoya,
era un pueblo apacible donde discurrían los días sin mayores contratiempos. Las
familias, casi todas emparentadas, tenían como actividad económica principal la agricultura, ganadería y el comercio,
configurando aparentemente un ambiente bucólico y pastoril. Sin embargo
existían aun los rezagos de una estructura socioeconómica medieval. Es en esa
circunstancia histórica que se crea el Colegio Nacional “Amauta Atusparia” que
da lugar a la llegada de una pléyade de profesores progresistas y generadores
de un pensamiento crítico de nuestra realidad.
Es entonces que el colegio se
convirtió en el motor de una nueva manera de entender el mundo y la realidad a
partir de una dinámica de involucramiento en el desarrollo colectivo y la conquista
de los servicios básicos para nuestra localidad. Recuerdo perfectamente en esa coyuntura histórica la participación
activa y entusiasta de los profesores y alumnos del flamante Colegio “Amauta
Atusparia”, liderados por el profesor
Montoya. No hay obra o iniciativa de ese tiempo que no tenga la huella
indeleble de la comunidad atusparina.
Es un hecho insoslayable que el
autor de este libro testimonial tuvo, y pienso que aun tiene, un papel
gravitante en la vida y obra de Colegio. Siendo director del mismo puedo dar
testimonio y fe de que muchas de las practicas e instituciones dentro del
colegio tienen como referente permanente la práctica de trabajo colectivo
impulsada por el profesor Montoya. Dicen
que que los profesores casi inconscientemente somos una prolongación de las prácticas
y creencias de nuestros profesores, y de
hecho creo que en muchos de nosotros ha quedado como herencia del profesor una
virtud tan venida a menos como la puntualidad y que precisamente escasea en la mayoría de los peruanos.
Creo que una sociedad libre
privilegia el pensamiento divergente, porque lo contrario nos empujaría a una
sociedad totalitaria. Dentro de esa orientación, el autor del presente libro
nos da cuenta de su ejercicio sindical, entendida como la defensa de los más
elementales derechos del profesorado, en el comprendido además, que el
sindicato es una amalgama de diversas fuerzas ideológicas y políticas, que
direccionan sus acciones hacia el logro de objetivos principistas de
reivindicación social, económica, cultural y quien sabe política. Y uno de los pocos profesores que han
demostrado en la práctica, en la vida y el trabajo esa dimensión holística del
sindicato, que contrariamente para muchos instrumentos de defensa de la
mediocridad y de la ineficiencia. Percibo la práctica sindical del profesor como
educadora y de desarrollo de la conciencia cívica a favor de la dignificación
del maestro en todas las dimensiones que esto implica.
Los amigos son un complemento
vital para el desarrollo de una convivencia solidaria y comprometida con
nuestros ideales, valores y aspiraciones.
Dentro de esta faceta Chacas siempre se ha caracterizado por ser un pueblo hospitalario,
acogedor y amiguero. De modo tal que el autor del presente libro hace un
inventario testimonial de sus amigos. Solo que marca una línea divisoria entre
sus amigos que partieron a la eternidad y los que aun comparten con nosotros la
luz de la vida. De hecho este testimonio de los amigos es una expresión gráfica
de los buenos ciudadanos y ciudadanas, con aspiraciones de progreso y
comprometidos con las aspiraciones de su pueblo, que siempre hemos sido los
chacasinos. Hay una metáfora que de alguna forma grafican esa vocación chacasina
de amiguero; es el “Café Chacasino”. Circunstancia que convoca a los amigos que
con el argumento de tomar sol para discutir, debatir y como no para chancear.
Recuerdo con mucho aprecio a don
Enrique Amez que sentado en la silla reclinada a la pared de su tienda y con el
bastón en la mano conversando con sus habituales contertulios de temas
inimaginables para el común de los mortales, de cuando en cuando regañando a
los muchachos transeúntes que no sabían saludar. Es precisamente, en el núcleo
de la familia de don Enrique Amez que ancló
sus naves el profesor Montoya atraído
por la belleza de la nieta de este
patriarca de la comunidad chacasina. Me refiero a la señora Gladys, profesora
como su esposo, de quien además tengo en grato recuerdo de profesora que tenía
mucho afecto para sus alumnos y una
aliada (además de esposa) de nuestro querido profesor Montoya. Sin lugar
a dudas la familia donde amarras tus cuerdas deja una estela de experiencias
que imprimen en tu vida su estampa imborrable. De modo que la familia Montoya
Huertas integrada por los esposos Godo y Gladys, y sus hijos Pavel y Naly son
una simbiosis que sin duda han ayuda a forjar el temple y afabilidad del autor de
este libro.
Como quien finalizando esta
introducción quiero, cual acuarela de apurados trazos, compartir la percepción de una
injusticia. Había ingresado yo al primer año de secundaria y era nuestro
profesor de Historia y Geografía también nuestro asesor. No bien iniciamos las
labores escolares ingresamos al Club de Teatro Vanguardia y ensayamos la obra
“La Yunta” en la que actuaba también nuestro asesor. Luego nomas se produjo una
huelga magisterial y casi inmediatamente nos enteramos que nuestro profesor
asesor había sido subrogado (termino eufemístico para disfrazar un despido),
obviamente nuestra edad no nos permitió la verdadera dimisión de esa injusticia, al observar a nuestro
querido asesor pasar todas las mañanas por un camino distinto al del colegio
para dedicarse a otras tareas. Ahora a lontananza entendemos que se trababa de
un descabezamiento del movimiento sindical que reclamaba a la dictadura del
General Bermúdez la vuelta a la democracia.
Pues ese el precio que pagaba nuestro profesor asesor, por defender sus
ideas y la democracia.
Seria mezquinó si no termina diciendo que Chacas perdió el
privilegio de tener como alcalde al
profesor Montoya, casi como siempre poniendo de manifiesto ese trastorno social de no reconocer los éxitos y
capacidades ajenas. En fin, tal vez como en todo el Perú, casi todos los buenos
hombres tengan el paradójico privilegio de estar lejos de la política. Sin embargo,
cada uno de los renglones de este libro son la evidencia de la brega de un hombre que luchó
por sus ideas y convicciones que ni el viento, ni la lluvia, ni la canícula del
tiempo que amodorra el pensamiento podrán ocultar ni borrar.