LA
MALDICIÓN DEL INCA
Por Santiago
Márquez Zorrilla
Publicado
en el Diario el Comercio de Lima el 25 de agosto de 1946
Una clara
mañana de abril subíamos por la cuesta que remata en la punta de Katín, yo y el
regidor de Chinlla, Tomas Calero.
Indio ladino,
sabia entretener al compañero de viaje, disimulando así el afán de la subida.
-¿Cómo se
llama este cerro, donde existen ruinas de
fortaleza antigua?
-Es Katín,
taita. Es hermano de aquel otro cerro, donde también hay paredes de gentiles.
Ese otro se llama Rihuay. Entre ambos cerros está Chinlla, mi pueblo. En
Chinlla, taita, fabricamos las ollas de mayor fama en toda nuestra Provincia.
-Y ¿Cuál es el
material que usan Uds.?
-Es el
shashall, taita, y la tierra que acarreamos desde Allpabamba (pampa de la
tierra) A propósito, taita, ¿sabe cómo aparecieron en esta región el shashall y
la tierra de hacer ollas?
-No sé, Tomás.
A ver cuéntamelo.
El indio
tercia el poncho amarillo con rayas negras. Modera el andar. A trechos se para,
apoyando el robusto cuerpo en su vara de regidor. Recoge la bola de coca en uno
de sus carrillos, y dice:
-El Inca, gran
Señor del Cuzco, desde Maraicalle, que desde aquí se ve, por allá, por las
alturas de Yauya, al divisar por estos lados y contemplar las verdes praderas
de Chinlla, Sapchá, Colpa y Cunya y tantas pintorescas poblaciones, envió
emisarios a pedir a Katín y Rihuay se sometieran a su imperio y en señal de
vasallaje le enviaran doce jovencitas ñustas para su séquito. Entonces, taita,
los muy valientes Katín y Rihuay contestaron al Inca con palabras bravas y se
negaron a obedecerle. El Inca, que era soberbio y que venía desde el Cuzco
sujetando a los pueblos, tomó muy mal esta desobediencia. Subiose a lo más alto
de Maraicalle y desde allí tiró con su poderosa honda, primero un puñado de
tierra, que cayó en Allpabamba, y después otro puñado de shashall, que cayó
sobre Chinlla. ¡Que si mandan lo que el Inca pedía, habría tirado oro y plata,
en lugar de shashall y allpa. Por eso aquí en Chinlla estamos condenados a trabajar
toda la vida con estos viles materiales, sin conseguir oro ni plata, sino solo
sufrimiento y pobreza! ¡Es la maldición del Inca! En cambio Llamallín recibió
la bendición del Inca! Porque mandó el tributo que pedía.
¡Por eso sus
tierras son tan buenas, que nunca sus cosechas se pierden como entre nosotros!.
Así, melancólicamente,
termino Tomas Calero su reseña. Entre tanto llegamos a la cumbre de Katín y
extendíamos la vista hacia un panorama delicioso: las alturas de Yauya, las
verdes praderas de San Luis, los maizales de Uchusquillo y en la lejanía las
cumbres de Piscobamba y Llama.
Desde entonces
he venido meditando una y otra vez para desentrañar el contenido histórico de
esta leyenda. Lo que me parece probable, helo aquí.
Los
Yunpanquis, Kapak el grande y Tupaj el Glorioso, después de rendir por el
hambre a las tribus de Chavín y Huari, al llegar a las alturas de Yauya, por
donde pasa el camino del Inca, enviaron a sus emisarios a persuadir, según
tenían costumbre, con razones de conveniencia política, a las tribus de
Chacas, cuyos Curacas eran entonces Katín
y Rihuay (sus nombres han quedado inmortalizados en las cumbres y
fortificaciones ya mencionadas) a rendirse voluntariamente al empuje victorioso
del Inca y que en señal del vasallaje le mandaran las doce doncellas.
Como todas las
demás tribus de la Nación de los Conchucos, las de Chacas se negaron también a
entregar las armas sin pelear, Katín y Rihuay, a pesar de sus escazas fuerzas
militares, rechazaron la propuestas del Inca invasor, el que envió una
expedición militar para reducir a los indómitas tribus de Chacas.
Seguramente
lucharon desde sus altas fortalezas hasta agotarse y no se rindieron sino al ver
a sus hijos y mujeres morir de hambre y sed.
Hasta ahora la
empinadas cumbres de Katín y Rihuay exhiben soberbias sus crestas circundadas
de inexpugnables murallones, frente a las opacas alturas de Maraicalle.