SHOJMARAMANKIMAN.
Nos faltan ritos en este
mundo moderno. -Elizabeth Mc Govern
Cuando sintió el
cosquilleó de los pelos del cuy sobre su torso desnudo y mientras la viaja curandera
repetía su letanía, la piel se le erizó inmediatamente. El rostro de la vieja
se le figuraba un pellejo seco de cordero que su padre solía clavar en las paredes
precisamente para que se seque, arreciaba el terror que le producía el cuy rodando
por su cuerpo entre las manos de la anciana curanderaa. Con voz temblorosa, de
ultratumba la viaja convenia a su espíritu volver: “Kutikallamuy
Kaychoomi Jaynillayki” (1)
mientras el cuy revoloteaba en su vientre de niño pávido sostenido de las extraduras
por las rugosas manos de su padre.
Hace tres días mientras,
durante la cosecha de maíz, aprovechando el descuido de su padre se había trepado
a un coposo capulí, del que colgaban negros racimos de guindas que hacían del horizonte
mas dulce. Rama a rama se fue subiendo y desde esa altura pudo observar las postrimerías
del caserío de lo que un día sería el distrito de Acochaca. Distraído entre
introducirse en la boca los jugosos frutos y observar a lo lejos el amarillar
de los naranjos, pisó en el vacío; su metro y medio de humanidad en crecimiento
dio en el piso pedregoso al pie del árbol. Le salvó la vida el grito que lanzó al caer,
pues inmediatamente la peonada abandonó el corte del maizal para acudir en su
ayuda. El niño yacía el suelo pedregoso inconsciente, apenas cubierto con algunas
ramas desprendidas por efectos de la caída. Lo airearon, los sacudieron, le
frotaron el cuerpo con hierbas que las campesinas recomendaban, pero el niño no
pudo recuperar la conciencia sino después de muchos intentos de reanimación.
Fue trasladado a
Chacas en una kirma (2)
improvisada con maderas del propio capulí. Fue colocado en su lecho y cuidó de él
su madre por varios días, pero no hubo ninguna mejora en su voluntad de
caminar. Adelgazó y fue perdiendo el empeño de hablar.
Su padre, hombre
incrédulo en las feticherías del campo, a falta de un médico tuvo que admitir
recurrir a una curandera. Ishiquita famosa por sus artes curativos, a través de
brebajes y el Shojmacuy (3);
llegó a la casa del enfermo con un cuy negro como la noche en un canasto para curar
a Manuel del Mantzacay (4).
Increíblemente,
don Lucho, al día siguiente pudo comprobar los efectos de la vieja práctica del
Shojmacuy. Cuando amaneció, su hijo se levantó como cualquier día, saludó, tomó
su desayuno y continuó con su vida.
Muchos años después,
Manuel, ahora padre de una joven universitaria, veía que su joven hija asistía
con responsabilidad a sus clases remotas durante la pandemia; sin embargo,
notaba que su semblante desfallecía, al mismo tiempo que perdía peso inexplicablemente.
“Kay mantzakasham kanga” (5),
decía la abuela. Entonces el padre rápidamente
se remontó al recuerdo de aquella vez en la que un cuy le curó de sus males,
gracias a las artes de doña Ishiquita.
Con mucho
esfuerzo de indagación, obtuvo por fin el teléfono del curandero de Socos, don
Tito. Llamo con cierto temor, de todos modos, se trataba de un hechicero, marco
los nueve dígitos que le habían dado y esperó la respuesta al timbre del teléfono.
Luego en unos segundos le contestó una voz de mujer: “Soy el profesor Manuel
- dijo el signatario, necesito halar con don Tito”. “Kanan horaga don
Tito jampicuykanmi” (6).
“Dígale que necesito que shojme a mi hija que está asustada”; urgió
el profesor. Después de un prolongado silencio la mujer tomo nuevamente el teléfono
y dijo: “Profesor dice don Tito que deje su numero de teléfono, que en dos
horas puede shojmar a su hija por Whatsapp”. Luego de un rato, terminada
la llamada; el profesor sentenció:
¡Cómo la
tecnología ha facilitado nuestras vidas, carajo!
(1)
Vuelve
espíritu, vuelve.
(2)
Camilla
(3)
Rito
especial para curar el “susto”. El “susto” y el “mal de ojo” son dos
enfermedades culturales del pueblo andino, y como tales, su curación se logra
con métodos andinos.
(4)
Susto
(5)
Ella
debe haberse asustado.
(6)
En
este momento don Tito está haciendo una curación.