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El tio Alejadro Bazan Pittman. |
“Si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa
queda disminuida, como si fuera un promontorio,
o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia.”
John Donne
Una noticia aciaga
nos sorprendió en el cementerio, mientras conmemorábamos un año del
fallecimiento de doña Vitalia Luna, la muerte del tío Alicho (Bazán).
Inescrutable configuración de circunstancias que el destino se afana a veces en
brindarnos.
Una palabra es -a veces- suficiente para definir a un
hombre y en el caso del tío Alicho qué duda cabe que él término que lo define
es “acomedido”* en toda la extensión su
significado. Siempre lo recordaré como
el gordito bonachón envuelto en un poncho habano que recorría cada grupo que se
formaba en torno a la plaza y en el que encajaba mejor era entre los jóvenes sin duda por su espíritu juguetón. Su hablar
atropellado, su correa para la broma,
su acuciosidad para el festejo y la colaboración eran un rastro indisoluble
de su humanidad.
Como
olvidar sus monsergas, en su calidad de director de la escuela, cuando alumnos allá en la escuela junto a la iglesia, en
la que cada mañana nos instaba a todos a bañarnos en las aguas “calentitas
de Hurahuanca”, que “un pantalón parchado pero limpio es más digno
que un traje sin parches pero sucio”. Como olvidar su bonhomía y complicidad
con sus pupilos, que tenía por legiones, para ponerles el mote preciso.
La
imagen más nítida que fluye de mi memoria cada vez que escucho al Conjunto
Musical Ancashino Atusparia es aquella
en la el tío Alicho, con su pañuelo blanco flameando y con una mano sobre la
espalda, disfrutaba del huayno “Huarcinita” con su característico siseo y
sonrisa a flor de piel, frente al imperturbable escrutinio de rostro ceñudo de
sus tres hijos rubios que miraban desde el cuadro que colgada en la pared de la
sala.
Como
olvidar que, quien sabe por él llegue a aprender a disfrutar de la lectura,
pues cada vez que compraba un comic para
sus hijos (mis primos) los leía también yo, convirtiéndome un lector pirata.
Como olvidar de su biblioteca en la que estaban colocados en fila los seis
tomos impolutos de las Tradiciones Peruanas de Ricardo Palma que me las fui
devorando poquito a poco gracias a que me los fue prestando uno a uno.
Jhon
Donne decía: “Ninguna persona es una isla; la muerte de cualquiera me afecta, porque
me encuentro unido a toda la humanidad; por eso, nunca preguntes por quién
doblan las campanas; doblan por ti”. Por ello cuando muere
alguien muere una parte de nosotros. Por esa parte de nosotros que vivía en él es que ya no será posible la chacota entre el tío Alicho y ese otro gordo entrañable, Uruchi,
en ninguna tarde de invierno. Pero el hombre no muere del todo y más aún cuando
es bueno, pues su bondad se extiende más allá de la vida.
Finalmente
como un homenaje al tío ausente, a quien le gustaba tanto bromear, os contaré una
anécdota del día de los muertos.
Sucede que un día
como hoy, “día de los muertos”, Meche preparaba una serie de delicias y
bocadillos recordando a su madre doña Virginia fallecida hace algunos años. En realidad
se había preparado desde el día anterior amasando los panes, cortando el
repollo y fileteando el tocino pensado homenajear el recuerdo de su madre a
quien la parca se la había arrebatado.
Mientras su
esposo, Jishu, a quien la suegra en vida había rebautizado con el grotesco mote
de “Hornupa santun”** bebía unas
cervezas con sus amigos en los arrabales del pueblo. La tarde avanzaba y el debate
sobre la política local y las trapacerías del alcalde se tornaba por momentos candente. Llegó un
momentos en que Jishu vio el momento oportuno para escabullirse con el truco
del baño. Con su caminar sinuoso que evidenciaba que había bebido más de la
cuenta bajó por sobre el empedrado descuidado que terminaba en unos profundos charcos
frente a su casa, y llegó a su hogar e inmediatamente se sorprendió al ver la
luz encendida del comedor, pues la noche estaba muy avanzada. Y más sorpresa
aun le causó que Meche, quien sabía que cuando no llegaba a casa temprano estaba
bebiendo, nunca le dejaba siquiera una sopa fría, ahora le había dejado sobre
la mesa un buen plato de puchero con buen trozo de tocino y unos deliciosos
panes alrededor. Sin perder tiempo le metió diente a tan exquisito majar que lo
reanimó. Cuando de pronto de entre la cocina apareció Meche con un tazón conteniendo
un dulce de duraznos entre las manos y en el rostro una furia contenida. Jishu, que percibió la furia, pensó que era
por su embriaguez; sin embargo, no cabía en su razonamiento tantas atenciones
como el dulce de durazno. Solo cuando Meche pudo hacer estallar su furia para
decir: “Oye so cojudo, te estas comiendo el “Tatzikuy”*** para mi mamá”,
se dio cuenta que se había devorado el “puchero” de su suegra.
* Servicial, oficioso, obsequioso.
** En Chacas como en muchos lugares de la serranía hay la costumbre supersticiosa de hacer esculpir un rústico rostro sobre la puerta del horno, y se supone que es el rostro de quien uno odia o ama, es ese rostro al que denomina “Hornupa santun”.
** En Chacas como en muchos lugares de la serranía hay la costumbre supersticiosa de hacer esculpir un rústico rostro sobre la puerta del horno, y se supone que es el rostro de quien uno odia o ama, es ese rostro al que denomina “Hornupa santun”.
*** “Tatzikuy”, merienda que se ofrece a los muertos en la noche del día de los muertos (Primero de noviembre).
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