jueves, 19 de enero de 2017

CADA VEZ QUE TE SUEÑO.


El tío Federico Vidal, habitual rocamborero y la tía Meche, su esposa, apadrinado un matrimonio. Pasaremos en la casa de los padrinos  

Chacas plazacho tincurillapte Puentipiedraman gaticaycaman, Puentipiedracho tzincacuycullá Chacasplazacho canan ricayco… 

El alcalde reparte los naipes de tres en tres, y en su plato tiene monedas de nueve décimos para cobrar y pagar a los jugadores que son sus más entrañables amigos. Ubicados en la mesa circular cuyo lugar ha sido previamente sorteado por el viejo de mostachos oblongos que hace de alcalde esperan impacientes los naipes. De rato en rato el viejo repartidor adereza la tarde con alguna broma referida a su hermano que en su bodega está atento a las carcajadas que provienen de la tienda de la esquina.
Desde la puerta un joven desgarbado con el rostro picado fisgonea con curiosidad obsesiva el juego de los viejos quienes diariamente se reúnen para jugar ese extraño juego con unas cartas que le han contado que son de uso de las brujas. Recostado en la puerta verde apolillada gana centímetro a centímetro territorio en la tienda para tener una mejor ubicación y optimizar su observación. A ratos se empina para esquivar la cabeza del viejo alcalde que por momentos le impide ver el juego. 
El juego sigue su curso interminablemente mientras de la mesa emanan volutas de humo como desvaneciéndose de los   puros de tabaco que los jugadores aprietan entre sus labios. Conforme el juego fluye, el alcalde; a quien a veces también llaman zángano, reparte monedas entre los ganadores y cobra a los perdedores con fruición perversa. 
A lo lejos se puede observar desde la tienda el apuro de una mujer que con mucho esfuerzo arrastra un pesado balde cuyo contenido se puede adivinar por el fétido olor que disemina. En un descanso de su esforzado afán levanta la cabeza   y divisa allende en el postigo de una puerta verde, recostado al joven desgarbado. Inmediatamente reconoce al hijo que ha desaparecido después del almuerzo. No puede reprimir su furia al advertir el ocio del hijo mientras ella se afana por acarrear el alimento en el balde para los cerdos que cría y que pronto los venderá en la fiesta en trocitos de asado.
Entonces alista el aparato fonador y a todo pulmón grita: “Jaaacintooo imata tzaycho huancaranqui, yanapamajllasi shamuy” (1). En ese preciso momento aquella madre acuñó para su hijo el mote de “Huanca Jacinto” que lo acompañará el resto de sus días.
Entre los contertulios de Don Enrique con quienes comparte aquel viejo juego que los españoles llamaban tresillo, frecuenta don Benigno. Hombre imperturbable, a veces guasón cuando anda de humor. Este juego que practican sabe Dios desde cuando los viejos notables de Chacas, que ellos denominan Rocambor se ha convertido en un verdadero vicio y una ocasión para chancear. A menudo los viejos hasta se olvidan de cenar empecinados en recuperar la pérdida monetaria que muchas veces significa. Las mujeres sospechan que es un juego del demonio y no descuidan una oración en favor del esposo extraviado.
Un día Paula, la criada de don Benigno enviada por la esposa de este para recordar al viejo hidalgo la hora de la cena, observa desde la puerta entre azorada y tímida la partida de rocambor que acaban de iniciar los viejos amigos. Mientras observa duda entre contar o no su secreto mejor guardado, ahora que don Benigno se encuentra inerme lejos de la mirada protectora de su mujer. Finalmente rompiendo reparos considera que esta es la oportunidad. Entonces rompiendo el silencio sepulcral de la tienda con su característica voz chillona espeta: “Don Benigno jukta willaycoman, pero pengacocha” (2). Entonces todos volteán al escucharla y esperan con supina curiosidad la segunda parte  de la revelación. Exigien a la timorata Paula el íntegro de la revelación. Alentada por la exigencia, Paula, termina de contar: “Don Benigno, gayan sueñuycuro, ma abrazarcamar mutzaycamana canqui” (3); provocando la hilaridad de los viejos jugadores. Se levanta indignado profiriendo: “Chola de mierda, mejor me voy a comer”; mientras es despedido por desagradables risotadas.

(1)  “Jaaacintoo que haces ahí como una piedra, ven por lo menos a ayudarme”
(2)  “Don Benigno, quiero contarle algo pero me da vergüenza”

(3)  “Don Benigno, ayer le he soñado, luego de abrazarme Ud. Me había besado”

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