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El tío Federico Vidal, habitual rocamborero y la tía Meche, su esposa, apadrinado un matrimonio. Pasaremos en la casa de los padrinos |
Chacas plazacho tincurillapte Puentipiedraman
gaticaycaman, Puentipiedracho tzincacuycullá Chacasplazacho canan ricayco…
El alcalde
reparte los naipes de tres en tres, y en su plato tiene monedas de nueve
décimos para cobrar y pagar a los jugadores que son sus más entrañables amigos.
Ubicados en la mesa circular cuyo lugar ha sido previamente sorteado por el
viejo de mostachos oblongos que hace de alcalde esperan impacientes los naipes.
De rato en rato el viejo repartidor adereza la tarde con alguna broma referida
a su hermano que en su bodega está atento a las carcajadas que provienen de la
tienda de la esquina.
Desde la
puerta un joven desgarbado con el rostro picado fisgonea con curiosidad
obsesiva el juego de los viejos quienes diariamente se reúnen para jugar ese
extraño juego con unas cartas que le han contado que son de uso de las brujas.
Recostado en la puerta verde apolillada gana centímetro a centímetro territorio
en la tienda para tener una mejor ubicación y optimizar su observación. A ratos
se empina para esquivar la cabeza del viejo alcalde que por momentos le impide
ver el juego.
El juego sigue
su curso interminablemente mientras de la mesa emanan volutas de humo como
desvaneciéndose de los puros de tabaco
que los jugadores aprietan entre sus labios. Conforme el juego fluye, el
alcalde; a quien a veces también llaman zángano, reparte monedas entre los
ganadores y cobra a los perdedores con fruición perversa.
A lo lejos se
puede observar desde la tienda el apuro de una mujer que con mucho esfuerzo
arrastra un pesado balde cuyo contenido se puede adivinar por el fétido olor
que disemina. En un descanso de su esforzado afán levanta la cabeza y divisa allende en el postigo de una puerta
verde, recostado al joven desgarbado. Inmediatamente reconoce al hijo que ha
desaparecido después del almuerzo. No puede reprimir su furia al advertir el
ocio del hijo mientras ella se afana por acarrear el alimento en el balde para
los cerdos que cría y que pronto los venderá en la fiesta en trocitos de asado.
Entonces
alista el aparato fonador y a todo pulmón grita: “Jaaacintooo imata tzaycho huancaranqui, yanapamajllasi shamuy” (1).
En ese preciso momento aquella madre acuñó para su hijo el mote de “Huanca
Jacinto” que lo acompañará el resto de sus días.
Entre los
contertulios de Don Enrique con quienes comparte aquel viejo juego que los
españoles llamaban tresillo, frecuenta don Benigno. Hombre imperturbable, a
veces guasón cuando anda de humor. Este juego que practican sabe Dios desde
cuando los viejos notables de Chacas, que ellos denominan Rocambor se ha
convertido en un verdadero vicio y una ocasión para chancear. A menudo los
viejos hasta se olvidan de cenar empecinados en recuperar la pérdida monetaria
que muchas veces significa. Las mujeres sospechan que es un juego del demonio y
no descuidan una oración en favor del esposo extraviado.
Un día Paula,
la criada de don Benigno enviada por la esposa de este para recordar al viejo
hidalgo la hora de la cena, observa desde la puerta entre azorada y tímida la
partida de rocambor que acaban de iniciar los viejos amigos. Mientras observa
duda entre contar o no su secreto mejor guardado, ahora que don Benigno se
encuentra inerme lejos de la mirada protectora de su mujer. Finalmente
rompiendo reparos considera que esta es la oportunidad. Entonces rompiendo el
silencio sepulcral de la tienda con su característica voz chillona espeta: “Don Benigno jukta willaycoman, pero
pengacocha” (2). Entonces todos volteán al escucharla y esperan
con supina curiosidad la segunda parte
de la revelación. Exigien a la timorata Paula el íntegro de la
revelación. Alentada por la exigencia, Paula, termina de contar: “Don Benigno, gayan sueñuycuro, ma
abrazarcamar mutzaycamana canqui” (3); provocando la hilaridad
de los viejos jugadores. Se levanta indignado profiriendo: “Chola de mierda,
mejor me voy a comer”; mientras es despedido por desagradables risotadas.
(1) “Jaaacintoo que
haces ahí como una piedra, ven por lo menos a ayudarme”
(2) “Don Benigno,
quiero contarle algo pero me da vergüenza”
(3) “Don Benigno,
ayer le he soñado, luego de abrazarme Ud. Me había besado”
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