jueves, 9 de febrero de 2012

LAS CURVAS ME ESTÁN MATANDO *

Iglesia de Chacas antes de 1970

"Los perros ladran cuando los tigres pasan";
Anuncio  de un antiguo vehículo.
Un camión verde estuvo estacionado durante meses frente a mi casa mientras mi niñez iba cuajando una curiosidad decidida en cada oportunidad de pendencia que la vida, frente a Plaza de Armas, iba regalándonos. En el  frontis (canastilla) tenía una inscripción imprecisa que denotaba obviamente una inconstancia del dueño en los predios del amor. “Amor Chacasino” era la inscripción  que le había puesto proclamando día y noche un amor indeterminado, inconstante, sin dueño ni destino, imperfecto qué duda cabe. Era uno de los pocos carros que rodaban por la recientemente inaugurada carretera Chacas San Luis. Un día el dueño trajo a unos extraños hombres vestidos de mameluco azul con manchas negras de grasa. Descapotaron  el vehículo sacaron una especie de caja negra e introdujeron otra y luego el camión empezó como a roncar con dificultad y revivió nuevamente.  Después de tantos meses el “Amor Chacasino” nuevamente se movió como un animal monstruoso despejando la vista a la plaza desde mi puerta. Luego entendí que todo ese periodo de inacción obedecía solo al desgaste de la batería.
Para los niños de mi generación el carro  generaba una especie de fascinación, de encantamiento por lo tecnológicamente inédito. Claro pocos eran los privilegiados  que podían viajar a las ciudades y así conocer estas bestias mecánicas que podían transportar gentes, ganado y “la mar de cosas” como decía mi tío Federico Vidal. Por esa fascinación sin duda, íbamos hasta Huanunga a esperar agazapados entre las pencas para evitar ser descubiertos por el “Cholillo” del ómnibus  de “Cóndor de Chavín”  o “Peru Andino” y treparnos (gorrear) a nuestro gusto en la escalera trasera. Era un viaje inimaginable que implicaba el gusto de engañar al “cholillo”, de ser trasportado sin hacer ningún esfuerzo y ver los surcos del campo verde y lozano  como estelas en el mar tras de nosotros. A veces cuando éramos descubiertos  recibíamos una nutrida golpiza que el pérfido chollilo manguera en mano no propinaba; o había alguno que rodaba en la curva masticando la polvareda de la derrota al ser expulsado por la fuerza gravitacional de bus. 
Claro, luego algunos chacasinos con posibilidades adquirieron algunos vehículos menores. Una de ellas la camioneta  DATSUN amarilla del Tío Estenio y la Camioneta Ford Bronco de Don Cornelio Fueron algunos que nos permitían sustraernos del esfuerzo de caminar   para ir de paseo o asistir a hurtadillas a alguna fiesta patronal, íbamos cual polizontes de un buque carguero en el regazo de los rincones menos imprevistos de sus tolvas .
Conforme crecíamos nuestras oportunidades de treparnos de manera lícita a un vehículo crecieron y claro también nuestras posibilidades de ver y enterarnos como la palanca podía servir como recurso de galanteo y enamoramiento. Sucede que unas señoras de los contornos de Jambón, un tanto emperifolladas con trajes coloridos,  aretes de perlas de fantasía y una dentadura relampagueante por las incrustaciones de oro y plata bebían hasta muy entrada la tarde en una cantina de la plaza. Eran un señoras de aquellas que por estos lares se les endilga el  epíteto  de “costa purisha”* con un castellano atropellado y una vida un tanto liberal. Pues, el primo Wenceslao había compartido  con ellas  algunas botellas de la novísima bebida denominada “Cerveza”, que por esos tiempos se iba haciendo popular. Ebrias ellas en la cantina más pintadita de Chacas consiguieron convencer a Wenceslao que las llevara en su camioneta roja recién adquirida con los beneficios que su mina le  otorgaba. Sentado al volante ebrio de amor  y ansioso de cortejo embarcó a las dos damiselas una a su diestra  y la otra en el asiento trasero. Claro, la más fortachona, la más “pode” como diría, Delmar, iba junto a él. Emprendió viaje junto a su gordura, que se empezaba a insinuar, y las dos cortesanas  al compás de  unos valsecillos llorones de Carmencita Lara y cada vez que escuchaba que el corifeo de la orquesta desde el fondo de la música decía “¡Pica cholo!” aplastaba el acelerador con furia mientras la palanca  de cambios se enredada por entre los pliegues de la falda azul de la Doña. Cada curva era un recodo agudo en la que los cuerpos de acercaban como un remolino de pasión. Con los cuerpos un tanto maltrechos llegaron a l fin a su destino la condenada curva de Jambón que nunca llegaba para la dama y que para el desconsuelo del conductor estaba cada  vez más cerca.
 El día siguiente las dos damas en el pueblo comentaban ese farragoso viaje entre los curiosos que querían escucharlas en los siguientes términos: “Ese Winshi desgraciao, ayer llevao a Jambón. Oyi, cada ratu meti palanca. Meti palanca por aquí, meti por aya. Cada curva encima de mío como  costal di papa, casi dar cachitada si no es por qui está masu menos”.

* Inscripcion vista en un camión de un comerciante muy conocido en Chacas.
* Que conoce la costa o ha vivido en la costa.
 

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