domingo, 19 de junio de 2016

JAQUE MATE CON MANGUERA


“Dios mueve al jugador, y éste, la pieza. 
            ¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza 
             de polvo y tiempo y sueño y agonía?
J. L. B.

El postigo de la puerta ligeramente entornada intenta impedir el ingreso del crudo frío  de una noche de junio. De rato en rato se escucha el crepitar de una polilla en su afán de dar los últimos mordiscos en la puerta agujereada  por millares de sus cofrades que han hecho una zaranda de ella y que a duras penas se sostiene. Dentro, en la chicheria, dos jóvenes disputan una partida de ajedrez sobre un tablero que funge de mosaico de marfil colocado  sobre el mostrador apolillado también. Cada cuando un sorbo de chicha mezclado con alcohol discurre por el garguero de alguno de los contrincantes para apaciguar la tensión  luego de pensar el movimiento de alguna ficha.
El reto mudo planteado sobre las casillas blancas y negras es observado por otro joven que sostiene la mandíbula sobre los nudillos de los dedos que hacen contacto con sus dientes cariados. El imparcial observador no  descuida remojar con  un chorro de chicha la garganta mientras concentra su mirada en el desplazamiento del ladino alfil en el que puede sospechar un inminente y velado ataque contra la reyna blanca.
Mientras, afuera el frio arrecia y el aire se arremolina en torno a la puerta apolillada insuflando, de rato en rato,  un gélido hálito sobre las piezas dispuestas en las casillas. Manfre saca del bolsillo del pecho de su camisa un cigarrillo con un cintillo dorado entre el pucho y el cuerpo del cigarrillo. Lo ajusta entre los labios para luego alisar la cajilla de fósforos y encenderlo mientras piensa como neutralizar el ataque que le ha asestado  su entrañable amigo y eventual contendor, Manolo.
El joven observador, a quien sus cariados dientes han ayudado a bautizarlo, con el “grandilocuente” mote de “Ismu”, es el anfitrión,  proveyendo  la chicha, los pitillos y el tablero de ajedrez obviamente bajo la contrapartida de las monedas sustraídas por los contrincantes del cajón de recaudos de la tienda de sus respectivos padres.
Luego de neutralizar el ataque negro contra la reyna,  Manfre quien sabe aliviado del ataque ordena: “Ismu, una tanda más de chicha”. A lo que “Ismu” replica: “¿Con o sin?”. “No te hagas el huevón y sirve rápido”, termina diciendo Manfre y nuevamente se vuelve a concentrar con la idea de contratacar para  ganar.
La noche avanza y la partida no  tiene visos de concluir, se perfila un final intrincado, cuidadoso, lento y de muerte a cuentagotas y con posibilidades para ambos bandos.

En la casa vecina una madre preocupada se apresura a develar entre la penumbra y ayudada por la luz mortecina de una cerilla el mensaje cifrado del tic tac del reloj sobre la cabecera del catre. Son las dos de la mañana y el hijo estudiante aún no ha llegado. Se viste con premura ayudada de la luz de una vela que ha encendido, se dirige al caño de la casa, agarra una manguera y sale rauda y furiosa a la calle. No bien ha traspuesto la puerta de su casa escucha una discusión cercana. Se acerca cautelosa al lugar de donde proviene el ruido y por la puerta ligeramente entornada ve los rayos de la luz ambarina de un “chiuchi”. Cuando  aguaita por una de las tantas rendijas de la puerta puede ver a su Manfre, gesticulando y discutiendo, en un estado de beodez la posición de un peón.  Su furia se va incrementando y Manfre, dentro,  moviendo un caballo anuncia a su contrincante: “¡Jaque!”, en ese instante la madre empuja la puerta y chilla: “Maaanfreee que haces ahí. ¿Creo que estas tomando?”. “ Noo mamá, solo estamos jugando ajedrez”. Y la mamá: “ A ver tu alientoooo! Y Manfre: “jaaaaaa” y la madre: “ya ves sinvergüenza! Y con la manguera en ristre da el mayor jaque mate a un ajedrecista nunca visto en todos los tiempos.